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Preludio y Bossa Nova #2

"Allá Chitarra"

Esta composición está dedicada a una de las personas más importantes de mi juventud, mi querido primo José Luis Fernández. Fuimos muy cercanos cuando estábamos creciendo y, entre otras cosas, él es probablemente la razón por la cual comencé a enamorarme de la música. Él siempre fue un niño muy musical, el tipo que siempre tenía pelo muy bonito, lo usaba similar a Bob Dylan sus primeros años. Él era el típico chavo joven que tocaba guitarra eléctrica y tenía un poster de Green day, los Beatles o Nirvana en su cuarto. Tenía esa vibra de músico joven. Siempre voy a recordar esas largas noches que pasábamos en su casa cantando clásicos como Tears in Heaven, More than words y canciones en español like Ojalá de Silvio Rodriguez. El gran hitazo fue Blackbird de Paul McCartney y es hasta la fecha la única canción que puedo tocar en guitarra y él me la enseñó.  

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José Luis eventualmente se interesó en la música clásica gracias a Esperanza Azteca, la versión Mexicana de las orquestas juveniles venezolanas de “El Sistema”. Entonces cambió la guitarra por el cello. Recuerdo haberme sentido casi traicionado por haber osado remplazar la hermosa guitarra de ébano que tenía por un estúpido cello. En su tiempo sentí que representó el final de una era para nosotros y sí lo fue. Cuando crecí y me volví un compositor, siempre recordé esta complicada relación entre la guitarra y el cello. Un día, José Luis me dió la idea de escribir esta obra. Aquel día él llegó muy emocionado de su clase con su maestro de cello llamado Rodrigo, un Cellista brasileño. Dijo que su maestro el acababa de enseñar unos trucos “bien chidos” en el cello y que quería enseñármelos. Durante esos tiempos yo seguía medio traicionado por que dejó la guitarra pero escuché. Acto seguido, dijo “ahora voy a tocar al cello como a una guitarra” y comenzó a tocar la introducción de “La Chica de Ipanema” pero con puro pizzicato, sin arco. Solo se había aprendido los primeros tres acordes de la rola pero me impactó tremendamente. Con tan solo esos tres acordes, me transporté a esos días cantando Blackbird y pasándola super bien. Ese momento me conmovió y lo mantuve en mi cabeza por años.  

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Llega el 2018, mi primer año en Juilliard. Soy un estudiante de primer año nuevo viviendo mis primeros días en la escuela y estoy pensando en conocer a colaboradores. Entre risas escucho que a un flacucho  hablando de su recital de graduación que serán puras obras compuestas para él por sus amigos compositores.  Esto inmediatamente me interesó así que me puse a investigar quien era. Eventualmente que llego a su nombre, Philip Sheegog y pregunto de todo sobre él. Me di cuenta rápidamente que es una leyenda en la escuela porque comisiona música a todos. Me acerqué a él y le dije que estaba trabajando en una obra para cello que usa al instrumento como una guitarra y después de platicar un rato, me dio su contacto. Gran error. Lo que pasó después fue uno de los mejores ensayos y colaboraciones de mi vida y después de muchísimo trabajo de ambos y el entusiasmo de Philip, terminamos la obra en noviembre de 2018. Como pueden ver, esta obra se escribió a lo largo de varios años y todavía pienso que es una de mis mejores obras. La obra ya ha sido complicada e incluso ha sido grabada una segunda vez por Zlatomir Fung, el primer lugar del concurso Tchaikovsky de 2019. Y pensar que todo comenzó con unos acordes en el cello y unos chamacos tocando Blackbird de los Beatles. 

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La idea original de la obra salió de un día en que José Luis y yo estábamos jugando con el cello. Yo le estaba dando algunas instrucciones de lo que quería y él improvisaba. Este lo video lo tomé para acordarme de lo que hicimos. Muchas de las ideas que trabajamos ese día se quedaron en la partitura.

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